Soy practicante de
la magia celta, una rota bailarina, mi personalidad fetichista me ha llevado a
conocer los límites de la imaginación humana, explorar todas las geografías
metafísicas no descritas en libros por los escépticos hombres de mundo, soy yo
la inventora de nuevos términos basados en el vocabulario latino para la
traducción de mágicos textos antiguos, es mi vanidosa figura quien también me
ha llevado a callar los secretos que
llevo en la escalera de mi seductora espalda y, sobre todo, a reprimir cada
impulso erótico de mis pezones siempre en estado erecto.
Con la plateada
brújula oculta por debajo del lunar de mi seno izquierdo, bien guardado en mi
verde vestido de hechicera, dependiendo de la dirección que marque la vehemente
aguja, levanto mis brazos formando una perfecta simetría con ambos hemisferios de mi cuerpo, alineándolos
a la altura de mis hombros y con un delicioso movimiento de mis manos siento
lejano ya el tacto de mis redondeados brazos. Siendo bailarina acaricio el
cielo llevando un poco de rocío a cada pensamiento eléctrico que cruza por mi
eje, realizando piruetas desde mi cintura hasta mis largas piernas. Mirando el
diminuto reloj clavado en la pared, vuelvo entonces a acentuar mis caderas
colocando ambos brazos sobre ellas y es pa… de bure, pa… de bure. Adagio:
He conjurado un primer hechizo, mi cuerpo es de arena y se ha vuelto inherente
al tiempo, vago entre la relatividad de la horas y continúo mi danza sin que la
gravedad me devore por sus terroríficos hoyos negros.
Mi único espectador, el
libertino lector de manos, ha sacado de sus bolsillos un objeto no bastante
satisfactorio con el cual yo, en una adolescencia no olvidada pero marchita,
acariciaba con su filo los tallos de las flores rojas del jardín de mi madre...
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